
Y, por otra parte, no hay que olvidar el valor añadido que supone la propia singularidad de la lengua vasca. A primera vista, puede parecer que la oveja merina es más importante que el ornitorrinco: hay millones de merinas, están muy extendidas y son muy rentables, mientras que solo hay unos cuantos miles de ornitorrincos, y únicamente se encuentran en algunos lugares del este de Australia y en la isla de Tasmania. La extinción de la merina supondría una gran pérdida, qué duda cabe; pero quedarían muchas, muchísimas ovejas de otras razas. Si se extinguiera el ornitorrinco, sin embargo, no solo se perdería una especie, sino todo un género y toda una familia, y el orden de los monotremas quedaría reducido a los vestigiales equidnas.
La desaparición, pongamos por caso, del rumano sería una tragedia cultural; pero el tronco de las lenguas romances seguiría en pie, con ramas tan vigorosas como el castellano, el italiano, el francés, el catalán, el portugués, el gallego… Pero si desapareciera el euskera, no desaparecería una rama lingüística, sino todo un árbol, incluidas las raíces. La logodiversidad sufriría un daño comparable, en el plano lingüístico, al de las grandes extinciones catastróficas en el terreno biológico.(...)
Uno de los requisitos de la Unesco para aspirar al título de Patrimonio de la Humanidad es “aportar un testimonio único o al menos excepcional de una tradición cultural o de una civilización existente o ya desaparecida”. O que algunos quisieran hacer desaparecer, cabría añadir.
Carlo Frabetti
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